Son las ocho de la noche, hace frío, el barrio en el que
estoy es el Jocay, otra de las zonas rojas de la ciudad y aunque haya demasiado
movimiento eso no me tranquiliza. He corrido hacia la puerta de garaje roja a
la que me han dicho un día antes que debo tocar. Cinco minutos después ha
salido Damián, está contento de que haya llegado. Pasamos y ya dentro de la casa
estudio lo primero que hago es aceptar el vaso de caña manabita, tibia y
calmante.
Jorge, el loco Jorge para muchos panas locales, está del otro lado del cristal, en un rincón, dándole duro a la batería, exprimiendo sus propias fuerzas, repitiendo el mismo tema (según me cuentan) la décima vez en apenas media hora. Está arrecho, sudado, con las venas de la frente más brotadas que de costumbre, desprendiéndose de cabello más de lo normal, pidiendo nuevos tragos de caña para no sucumbir en lo que queda de noche.
Jorge, el loco Jorge para muchos panas locales, está del otro lado del cristal, en un rincón, dándole duro a la batería, exprimiendo sus propias fuerzas, repitiendo el mismo tema (según me cuentan) la décima vez en apenas media hora. Está arrecho, sudado, con las venas de la frente más brotadas que de costumbre, desprendiéndose de cabello más de lo normal, pidiendo nuevos tragos de caña para no sucumbir en lo que queda de noche.
Félix no muestra alteración alguna, es el que más temple
tiene. Su bajo es parte de sus miembros superiores, lo ha llegado a dominar
tanto que no le importa tocar y charlar sobre esa estúpida concepción que el
público a veces se crea en torno a las bandas. Es un pequeño personaje, pero un
gigante explorador de respuestas sensatas.
Óscar es
el más callado, las seis cuerdas lo tienen atrapado, es su vicio, no puede
dejarlo: mañana, tarde y noche; casa, escenario y ahora estudio. Es su carga, y
la ha aceptado con una sonrisa complicada de interpretar. Ha llegado a la parte
en la que una de las canciones que ha ayudado a depurar necesita de un
estremecedor solo. A el acude, se entrega y sacude, una descarga recorre sus
muñecas.
Y una
descarga menos emotiva recorre una de las mías, así que apuro el vasito blanco
que alguien me ha pasado y derramo su contenido en mi boca. Sí, la noche apenas
ha empezado, sólo he visto parte del sueño ajeno, sólo una reducida escena de
aquella obra que se cuaja lenta y exigidamente en una noche fría y común para
muchos, menos para un cuarteto de amigos que decidieron juntarse para hacer
música de calidad, en una ciudad y provincia con muchas tendencias al facilismo
de la bulla maldita y blasfema, sin contenido ni técnica.
Es el turno de que Damián se integre a las grabaciones
(después de estar pendiente, junto al ingeniero de sonido, de lo que se graba).
Se aferra al micrófono como si de ello dependiera su vida. Su voz ha encontrado
el tono casi perfecto, sabe que le falta poco para alcanzar la cumbre, pero no
se rinde y esa es la garantía de que en este proceso lo logrará. Aneurisma pesa
sobre sus hombros, es su líder.
Han pasado cuatro horas desde que llegué. Todos están
agotados y apenas ha sido un tema grabado. Quien haya sugerido comprar otra
botella ha acertado, ahora toca descansar, escuchar una vez más lo grabado,
cerciorarse de que no hay ningún error, planificar lo que se hará mañana y
conversar sobre cómo debe quedar el disco en su totalidad. Mañana será lo mismo,
pero es el precio de querer publicar un trabajo bien hecho. Eso me dice Damián
y lo reafirman Jorge, Félix y Óscar, les creo, soy el mejor testigo de esta
noche. El mejor testigo de este acontecimiento metalero en una ciudad que
duerme e ignora todo esto.
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