Hay una reiterativa forma, en la que muchos
individuos vinculados al metal dicen representar una lucha dentro del
movimiento al que pertenecen. Nada extraño dentro de una tribu urbana que ha
enaltecido el machismo, que se ha regocijado desde algunos (por no decir todos)
de sus géneros en aquella glorificación varonil, como superior e imponderable,
necesaria de enfocarse en una lid que solo ellos parecen representar. Una lucha
que es contra todos esos otros, lo no
pertenecientes, los extraños.
Lo que está fuera de foco, lo que
trastoca y choca, no es el simple ideal de machismo y “lucha” que impera en el
imaginario de muchos de los individuos metaleros, sea de Ecuador o de otros
lares. Lo que preocupa es que esta idea, generalizada y cada vez más alienante,
es tomada como una forma de representatividad desde la música. Las bandas, y
sus integrantes, proponen un discurso de “lucha”, pero una lucha que pierde
efecto porque el discurso es vano, vacío de fondo, simple manifestación.
¿Qué hacer ante esta idea distorsionada
de lucha? ¿Cómo llevarla a la materialización?. Primero un antecedente:
aprecio, valoro y escucho a muchas bandas heavy, sobre todo latinoamericanas. Bandas
que promueven un discurso de “lucha” a favor de la igualdad, de la valoración
del individuo, de la inserción y participación de los rockeros y metaleros como
sujetos de la sociedad. Muchos de estos discursos son sensatos y hasta
realizables en su práctica, sin embargo ¿qué hacer con esa otra parte? Con las
bandas de discursos ilusorios, las de propuestas descabelladas (no por
radicales, si no por fantasiosas), y por no demostrar ningún indicio de
ejercerlas, ni en su contexto ni en ningún otro. A estas bandas, en torno a
ellas, a su decir, es que se vuelve la interrogante ¿Qué hacer ante esta idea distorsionada
de lucha?
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